viernes, 23 de agosto de 2013

Lo importante es gritar

Hoy pienso que por los hospitales pasa todo tipo de personas, y a veces algún animal, ya sean  asesinos, violadores, pederastas o maltratadores... Y sin embargo nunca he visto una manifestación en la puerta del centro sanitario respectivo, por parte de su propio personal, solicitando, e incluso exigiendo, que se lleven de allí a esa persona indeseable para ellos.

Un profesional es un profesional, y si un etarra, con 3 asesinatos a sangre fría sus espaldas y uno de los secuestros más crueles de la historia reciente de nuestra España, tiene cáncer, allí que recibe su tratamiento y entra y sale sin problemas, y seguramente las enfermeras y médicos, tengan un trato con él exquisito. "Es un ser humano, y nosotros profesionales, nuestro fin es curar" se dirán unos a otros mientras se jactan, orgullosos, de la milagrosa supervivencia de un hombre que supuestamente debería haber muerto hace ya unos cuantos meses.

Un maltratador, de esos cobardes que primero matan a su mujer y luego tratan de quitarse la vida, pero fallan, no sé si porque en el último momento esa cobardía les delata y yerran el tiro o porque son inútiles hasta el final. Y allí aparece la ambulancia, lo recoge y consigue que ese hilo de vida que no se merece, no se agote. Ingresa en el hospital y la gran labor de todos esos profesionales sanitarios consiguen que sobreviva.

Silencio... No hay debates, nada de protestas ni indignaciones. Es su trabajo y todos, desde el celador  hasta el panadero de la esquina estamos de acuerdo en que lo primero es la vida del ser humano y que un médico no tiene que entrar a juzgar si el que está en la camilla se llama Pedro o Camilo, su función es otra, salvar su vida.

Sin embargo, algo cambió ayer. Cristina Cifuentes, Delegada del Gobierno de Madrid, sufrió un accidente de moto. Con unas cuantos huesos hechos papilla y algún trauma que otro es trasladada al Hospital de La Paz madrileño, su vida no corre peligro pero su estado es grave.

Y allí, ingresada, llena de tubos, acompañada por su familia, con el nudo en la garganta de la incertidumbre y el dolor, un centenar de profesionales del hospital se concentran en la puerta para manifestarse y exigir que la trasladen a otro centro. 

¿Su pecado? No lo tengo muy claro, según ellos,, que al ser del PP madrileño está a favor de la privatización de la sanidad (bonito eslogan que daría para horas de debate, por cierto). Sin embargo, en este caso, parecen olvidar que ella paga impuestos, como todo ciudadano de bien y por tanto tiene los mismos derechos que cualquier otro, de recibir allí el tratamiento médico necesario.

Quizás los motivos sean otros, más escondidos, puede que su delito sea dedicarse a la política. Últimamente no está muy bien vista esta profesión... Demasiados sobres a la vista o a lo mejor es que  deberia dejar de ser eso, una profesión (puede incluso que nunca debió serlo). Sin embargo, en este caso, me sigue llamando la atención que lo que no logra un etarra condenado y confeso o un violador reiterado lo logre una política cuyo nombre ni siquiera ha aparecido en ninguna trama (cosa, por otro lado, que hasta casi tiene mérito).

Quizás nos tengamos que escorar algo más y pensar si, otro político, de cualquier otro partido, que hubiese sufrido ese mismo accidente, hubiese recibido la misma espontánea bienvenida (¿he dicho espontánea?).

Está claro que esta nuestra España no cambia, "¡a Barrabás a Barrabás!" Nos encanta gritar con la vena hinchada cuando nos azuzan, sin saber siquiera si se escribe con B o con V, ¿qué más da?  Ya lo dijo Unamuno: "los hombres gritan para no oírse", por eso, porque lo importante es gritar...

viernes, 16 de agosto de 2013

Sin palabras que los definan

 Hoy pienso que no soy yo de los que me guste la hipocresía post mortem, ya sabéis, hablar bien de alguien que acaba de fallecer, de forma gratuita y poco sincera. 

 Sin embargo, también creo que el respeto por esa persona y sobre todo por aquellas otras que lamentan su pérdida es fundamental, por tanto, podría decir que sí creo en el respeto post mortem.

 Es cierto que hay gente controvertida, polémica, o simplemente que por su forma de trabajar, sentir o incluso pensar se han regalado buenos amigos y estupendos enemigos, eso no es malo, ya lo dijo Ramón y Cajal, "si no tienes enemigos es que jamás amaste la justicia".

 Seguramente Rosalía Mera tenía adeptos por ambos lados, primero por su carácter fuerte e impulsivo y segundo porque era una triunfadora y ese pecado, en este mundo regado de envidia, ni una letra mayúscula escarlata sirve para redimirlo.

 Rosalía Mera era conocida como la ex de Amancio, el "uraño ricachón dueño de Zara", sin embargo ella tenía nombre propio, una mujer hecha a sí misma, que comenzó cosiendo en una pequeña tiendecita y que no dejó de trabajar ni un sólo día de su vida, a pesar de ver crecer su tiendecita hasta convertirse en el gran imperio que es hoy, a pesar de su divorcio con su compañero sentimental y profesional, a pesar de sobrepasar ya la edad legal de jubilación y a pesar de merecerse con creces ese descanso.

 Ayer murió, de forma repentina, por un derrame cerebral. Y allí, rápidamente, con su cuerpo todavía templado, acudieron las desagradables hienas, para con sus ruines risas hacer propaganda de sus escatológicos ideales, aunque fuese a costa de sandeces y de boñigas de demagogia.

 Ahí estaba Ce Ce O O, que diría Urdaci, para a través de Twitwer defecar la siguiente sentencia: "El hueco que deja Rosalía Mera en la lista FORBES ya ha sido ocupado por otro. Que también se morirá tarde o temprano".

 Al rato, como cobardes avestruces que son, retiraron el tweet y escondieron la cabeza, aunque se ve que alguien lleno de ingenio, quiso hacer un nuevo ejercicio de demagogia populista y evacuó el siguiente truño: "Hoy hemos ofrecido una rueda de prensa sobre siniestralidad laboral. También mueren trabajadores. DEP Rosalía".

 No los llamaré asnos, pobres animales, qué habrán hecho ellos, y me disculpo por el símil anterior de los avestruces, ya les gustaría tener sus huevos... No, no hay animal ni adjetivo que se me ocurra, seguramente porque ninguna palabra querría definirlos.

martes, 13 de agosto de 2013

Hace sólo 10 años

Hoy pienso que aquella tarde hacía mucho calor. Ronda preciosa, sí, pero calurosa. 

Fue idea suya, -No puedo más, necesito salir de aquí. –Protestaba hacía unos días. 

Así que cogimos el coche y nos plantamos en Ronda. Algo normal, si no fuera por esa pequeña  barriguita que apenas delataba los 8 meses y medio de vida que llevaba dentro. 

Un par de calambres y algo de cansancio de más fueron sus únicos síntomas extraordinarios en aquella tarde rondeña. Ella es tipa dura, siempre lo ha sido. 

Una cenita suave, un par de cervezas y a dormir. 

-Agus, despierta, ¿qué es esto?. –Fue lo primero que escuché antes siquiera de abrir los ojos. La cama empapada sólo podía significar una cosa, habíamos roto aguas. 

Mientras yo daba vueltas por la habitación buscando mi ropa, ella, muy calmada, me decía, -Baja a recepción, paga y pregunta cómo llegar al hospital, yo mientras me voy vistiendo. 

Abajo, un chaval todavía dormido no daba crédito a lo que le estaba contando. Nervioso como si él fuese el padre, decía que no nos preocupásemos, que él nos llevaba. –Tranquilo, tú no puedes dejar la recepción. Sólo dime cómo llegar al hospital. Le calmaba yo. Y así mientras se deshacía en explicaciones, apareció ella, con total parsimonia, perfectamente arreglada y con la maleta en la mano. -¿Nos vamos ya? 

Ya había amanecido, pero la ciudad aún dormía, así que, sin tráfico, logramos llegar al hospital en apenas unos minutos. Tras algún pequeño contratiempo con las enfermeras y sus cambios de turno, allí estábamos, en la camilla, ella embadurnada de cables y yo borracho de nervios. 

-A ver, has roto aguas, pero aún no estás de parto. Parece que va a ser un día muy largo porque ni siquiera tienes contracciones,  por lo tanto sólo queda esperar y si al final de la tarde no has dilatado, tendremos que provocarlo. –Nos tranquilizó amablemente el ginecólogo. 

Tras mucho pensarlo, decidimos que era mejor irnos a Jaén, allí sería todo mucho más fácil y como al fin y al cabo aún no estaba de parto, llegaríamos con tiempo de sobra. Y así, bajo nuestra propia responsabilidad, ya que el médico era algo reticente a ese viaje y así nos lo reiteró, nos montamos en nuestro Seat León y nos pusimos en marcha. 

Fue un viaje curioso, con tantas prisas yo ni siquiera había ido al baño esa mañana, y las cervezas de la cena empezaban a pedir paso, pero no era cuestión de perder un minuto y si ella aguantaba, qué menos que lo hiciese yo también, era algo así como un gesto solidario. Entretanto, la futura madre, callada y resoplando. 

-¿Cómo vas? Le preguntaba de vez en cuando, obteniendo siempre un escueto “bien” por respuesta. Sin embargo, una de las veces, la contestación fue algo más larga… -Bien, pero creo que tengo contracciones. 

"Contracciones”, la palabra mágica. Un sudor frío empezó a recorrerme la frente, puse los cinco sentidos en la carretera y sin miedo a las multas, empecé a sacarle partido a nuestro recién comprado Leoncillo… ni Carlos Sainz podría haberme ganado en ese momento por aquellas carreteras convencionales. 

Finalmente, llegamos al hospital de Jaén y allí la dejé en la misma puerta, donde mi padre la esperaba, y me fui a aparcar el coche. Resoplando, sudoroso y muerto de miedo, llegué al paritorio y en poco menos de una hora, apareció él. Moreno y peloncho, callado y tranquilo, pensativo, y así nos dijo hola.

-Si os descuidáis nace en la autovía… mira que si os sale granaíno… Decía alguien por allí con cierta sorna. 

Es tipa dura, ya os dije, así que ella solita lo hizo todo, y lo hizo bien, sin epidurales ni anestesias, a pelo, apretando y sin un solo grito, no se vaya asustar, debió pensar en mitad del trance. 

Y llegó, impaciente, como sigue siendo, algo aturdido al principio, pero pronto se calmó cuando notó la piel templada de su madre y sintió sus latidos, esa música que llevaba escuchando tanto tiempo. Él no lloraba, sólo la miraba muy fijamente, como consciente de que estaba en unos brazos que siempre le protegerían. 

-¿Quieres cogerlo? –Me preguntó. 

-Espera, disfrutad ambos el uno del otro. Ya habrá tiempo para conocernos. -Le dije, sin querer entrometerme en aquella escena. 

Durante el embarazo, no teníamos claro qué nombre le pondríamos y tampoco quisimos saber su sexo, así que llegamos al acuerdo de que si era niña, elegía la madre y si era niño, elegía el padre. Fue entonces, cuando me miró… y me atrapó. Juan Carlos, tienes cara de Juan Carlos. 

Hoy Juan Carlos es JC, y aunque aún es un niño, empieza a tener cosas de hombrecito. Cuando me da la mano por la calle me sabe extraño sentir esa manaza que ya es casi tan grande como la mía, y el 38 que calza empieza a darme miedo. Sin embargo, cuando duerme, todavía se le hinchan sus mofletes y yo me descubro reviviendo aquella escena del paritorio, él en brazos de su madre, tranquilo, mientras posaba su mirada en mí, como saludando…Pudo ser ayer, pero en realidad fue hace ya 10 años.

martes, 6 de agosto de 2013

Desvelos de desesperanza en un tren (fin del viaje)

Hoy pienso que mi viaje continuó sin más sobresaltos que los propios de un tren con más paradas que una diligencia del salvaje oeste. 

Y llegamos a Valdepeñas, una chica de unos 30 años entra en el vagón y se sienta a mi lado. Es guapa, bien vestida, informal pero elegante y con un maletín de trabajo que le da cierto aire interesante. 

El tren continúa su camino y aparece el revisor, "buenos días, billete por favor", le dice. 

- "Verá usted, he llegado justa de tiempo y no he podido sacarlo". 

-  "No pasa nada, me lo abona aquí y ya está". 

- "Estupendo, ¿Puedo pagar con tarjeta?". 

- "¿Con tarjeta? No, yo no llevo máquina para tarjetas, soy un revisor, sólo puedo cobrarle el billete en metálico". Le dice el revisor algo contrariado. 

- "Uy, pues a ver cómo lo hacemos, porque no llevo dinero... pero es que tengo que ir a Madrid por un asunto de trabajo muy importante". Le dice ella, tranquila y educadamente, mientras le regala al revisor una sonrisa de no haber roto nunca un plato. 

El revisor se queda pensativo, mirando a la chica de forma cariñosa y algo proteccionista. "Mire, podemos hacer una cosa, al llegar a Chamartín se baja, saca dinero del cajero, yo le espero en el andén y me lo paga". 

En ese momento me acuerdo de mi experiencia con otro revisor hace sólo dos semanas y pienso en los peligros de la generalización, en lo injusto que fui hablando mal de los revisores tan sólo por haber sufrido una mala experiencia con uno de ellos. 

En ese momento ella interrumpe mis pensamiento y espeta con gesto torcido. "Ya, pero es que yo me pensaba quedar en Atocha..." 

- "A ver, en Atocha el tren sólo para 5 minutos, no le da tiempo a sacar dinero y volver y yo tengo que seguir en el tren hasta Chamartín. Tendrá que continuar hasta Chamartín y ya le digo que yo no tengo inconveniente en esperarla allí, pero no puedo hacer más, de hecho es que no debería dejarle continuar el viaje porque el billete tiene que abonarlo en metálico antes o durante el trayecto". 

Con gesto de adolescente, entre inocente y picarón, mira mi acompañante de asiento al revisor y le dice "bueno, no pasa nada, me espero hasta Chamartín, gracias". 

- "Vengo cuando estemos llegando a Chamartín, hasta luego", zanja el revisor y sigue su camino hacia el siguiente vagón. 

Y así continúo mi viaje, maldiciendo mi post en el que criticaba la actuación de un revisor, fustigándome mentalmente por haber creído que todos los revisores eran iguales y admirando aquella situación que había presenciado. Dos personas que desde la educación, la honestidad y el sentido común habían logrado resolver un problema que desde una mente algo más obstusa podría haberse antojado imposible. 

Vamos llegando a Atocha, mi destino, y conforme el tren va aflojando la marcha, signo inconfudible de que estamos a punto de llegar, observo que la chica cierra el maletín que hacía un rato había abierto para leer la Telva y cuando estoy a punto de pedirle que me deje pasar para salir, veo, para mi desconcierto, que se levanta y se prepara para salir también. 

No me lo podía creer, mis ojos no daban crédito. La gente empieza a evacuar el tren y allí va ella, tan delgadita, con esa falda tan mona y esos andares pizperetos, abandonando apresuradamente, pero sin perder la gracia, aquel andén. Perplejo ante la situación vivida, ojoplático y paralizado en mitad de la estación, viendo difuminarse a lo lejos aquella silueta, sólo podía recordar a mi revisor de hace dos semanas. 

Hoy, el revisor que confió en esta chica ha aprendido una lección, y si la semana que viene me lo encuentro y tengo cualquier problema, su respuesta, más que justificada tras lo vivido hoy, será: "No me calientes la cabeza, el problema es tu problema y no el mío y no, no voy a dar más de lo que esté obligado a dar". Y yo lo miraré, todavía desesperanzadamente desvelado, le daré la mano y sólo acertaré a decirle: "gracias, es lo que nos merecemos".

lunes, 5 de agosto de 2013

Desvelos de desesperanza en un tren (1)

Hoy pienso que me desdigo de mi último post. Dicho de otra forma, tenemos los que nos merecemos.

Afinaré un poco y explicaré mi conclusión desesperanzadora. Esta mañana he tenido dos experiencias vitales, de las que quitan el sentido y te hacen ver que como diría Pérez Reverte "No somos buenos, aunque podríamos serlo"

Lunes, 6 de la mañana. Cojo mi querido tren. En el vagón del tren (o coche, como se les llama ahora) coincidimos tan sólo 4 personas. Yo, que procuro sentarme en una esquinita perdida, para no molestar y no ser molestado, una pareja de mediana edad y una adolescente, con piercing en la nariz y cascos de música amarillos del tamaño de dos guijarros del neolítico. Comienza el tren a andar.

No sé si será la fuerza de la costumbre, pero yo ya es sentir ese traqueteo junto al silencio de la madrugada y entrarme el gusanillo de la pequeña cabezadita que hasta me gusta. Cierro los ojos, y de fondo, se oye una música, reggaeton, o sea, música de la buena... tan alta se escucha que entiendo hasta los múltiples "papitos" y "te lo voy a dar" que el insigne cantante le dedica a alguna deshinibida chica.

Ya digo que yo, a base de viajes he adquirido de la capacidad de abstracción a todo tipo de ruidos (o música, según se mire). Sin embargo, la pareja que nos acompañaba rápidamente empezó a mirarse el uno al otro, hasta que en medio de la indecisión, la mujer espolea al marido con un tajante: "Manolo, ve y dile algo".

El hombre se levanta, sin muchas ganas de pelea, pero con la decisión de quien tiene a su jefe detrás supervisando. "Perdone, señorita" le dice educadamente, mientras la chica del piercing sigue enfrascada en su "toma que dale". El hombre mira de soslayo a su esposa y se atreve a tocarle el hombro: "Perdona!" Dice subiendo el tono. La chica mira hacia arriba y sin quitarse los cascos contesta un escueto "¿qué?".

-"Puedes bajar el volumen, es que nos molesta un poco". Le dice mirándome a mi, buscando mi complicidad.

- "Es que si lo bajo no la oigo yo". Fin de la cita, que diría uno que yo me sé. 

El hombre vuelve a su asiento sabiéndose vencido, y lo que es peor, esperando la reprimenda conyugal... Sin embargo la mujer no dice nada, simplemente deja pasar dos minutos, un pequeño periodo de tregua.

Pasan los dos minutos, ni un segundo más. "Manolo, ve y dile que eso está muy alto, que son las 6 de la mañana y así no hay quién descanse".

Con fuerzas renovadas el hombre se levanta y se vuelve a dirigir a la insumisa adolescente: "Perdona, sigue estando muy alto" (Me gustó su sutileza, porque en realidad nunca había bajado el volumen"

La chica se pone de pie, se quita los cascos, esta vez sí, e ignorando al pobre señor le dice a la mujer: "Que si bajo el volumen no me entero, que esto es un país libre!"

La señora la mira y contesta: "Mira rica, o dejas de molestar y bajas el volumen o la libertad te la quito yo de un sopapo".

La niña (que ante la respuesta volvió a ser más niña) se quitó los cascos, apagó el móvil y dijo refunfuñando: "Si no fuese joven y mujer no me discriminaríais así"

No he podido dormir en lo que ha quedado de viaje. Son dos grandes clichés, dos grandes frases que hemos aprendido rápido en este país: "Esto es un país libre" y el "me siento discriminado". A eso hemos llegado, no es que no haya educación, ni tan siquiera respeto (no ya por la gente mayor, sino por otra persona a la que puedes molestar con tus actos), es que si no nos salimos con la nuestra, acudimos al sentimiento de marginación, ese que tanto vende en tantos y tantos sectores hoy día.

Y allí, mientras miraba a la niña que eligió la peor forma de parecer mayor, veía a aquella señora, que  clavó en su alma una frase que quizás sus padres le debieron decir hace tiempo y nunca hicieron, ese marido que en seguida cogió el sueño... Y yo pensaba y pensaba... Lástima que la niña no fuera catalana, entonces sí que hubiese tenido razones de peso para sentirse discriminada....

Mañana os contaré, cómo en mi desvelo, a la llegada de Valdepeñas, sufrí otro ataque de desesperanza...